Spring Breakers, la última película del californiano Harmony Korine, posee una cualidad difícil de encontrar hoy en día, y es que no se amolda a ningún tipo de expectativas que se pueda tener antes de su visionado. Tanto el que espere una comedia gamberra con drogas y alcohol, o un desfile de cuerpos espectaculares en bikini, como el que vaya buscando una película de las otrora estrellas disney se va a llevar una sorpresa. No entraré a discutir sobre la influencia de las expectativas a la hora de valorar una película, o si es mejor ver una película sin saber nada de su trama, pues es un tema que daría para muchas, muchas líneas de texto. Personalmente encuentro profundamente estimulante encontrarme con una película que va transformándose ante tus ojos, mutando hacia algo completamente diferente a lo esperado. Y es que Spring Breakers bien podría definirse como una adaptación de la reciente To the Wonder de Terrence Malick aplicada a otra generación, esa que está a medio camino entre la adolescencia y la edad adulta.
Allí donde los personajes de Malick se preguntan/maravillan en busca del amor, de una verdad superior, de algo que nos unifique a todos y nos traiga la paz como personas, las chicas de Spring Breakers buscan también la felicidad, pero a través de fiestas, diversión, dinero, libertad y la falta de responsabilidades que hasta el momento las asfixiaban. En el fondo van tras un concepto no menos inaprensible que la deidad que se vislumbra en la filmografía de Malick: persiguen el sueño americano, encarnado en ese Spring Break que anhelan como si de una especie de nirvana se tratase. De la misma manera, la luz de la hora mágica con la que acostumbra a rodar Malick es sustituida por las luces de neón que bañan casi todo el metraje de Spring Breakers y las conversaciones en off con ese dios que nunca responde que tienen los protagonistas de To the Wonder por llamadas telefónicas de las chicas a sus padres, también silentes, donde les mienten sobre sus vacaciones.
Entre ambas películas se crea un interesante diálogo que pone en evidencia las distintas ambiciones y preocupaciones que afectan a dos generaciones y personajes tan diferentes. Siguiendo esta línea otro detalle muy revelador de la manera de ver el mundo de las chicas dirigidas por Harmony Korine es un momento de la película en que para realizar un atraco se convencen de que es como un videojuego, perspectiva que bien podría aplicarse a su forma de afrontar la vida: nada les afecta de forma directa, todo es transitorio, y todo vale con tal de conseguir el objetivo final, que no es otro que pasarlo bien. Y cuando se encuentran con dificultades reales, pueden simplemente tomar un autobús y volver a casa, como quien abandona una partida cuando no es capaz de avanzar. Estas chicas toman decisiones sin reflexionar en las consecuencias, casi como si vinieran impuestas, pero yendo siempre en contra de lo que esperarían sus mayores, revelándose contra ese dios que desesperadamente buscan otros personajes en su madurez, como si fueran dos caras de una misma historia.