Crónica 19 LPA Film Festival

El Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria ha vuelto en su 19ª edición, congregando a su público habitual y fiel a sus principios, comprometido con un cine periférico y sin miedo al riesgo, que refleja distintas maneras de entender este arte y sus representaciones en diversos países. La mejor muestra de ello está en su sección oficial, en la que nos centraremos este año intentando rescatar los trabajos más interesantes.

Love me notLove me not (Lluís Miñarro)

La sección competitiva se inauguró con el último trabajo de Lluís Miñaro, Love me not, en la que el director catalán reinterpreta el mito de Salomé, más cercano a la obra de Oscar Wilde que al relato bíblico mientras lo traslada a la época actual en el entorno de una guerra en el medio oriente que no esconde los ecos de las recientes intervenciones americanas en ese territorio. Miñarro hace del trazo grueso una de sus principales herramientas, tanto en lo explícito de algunas de sus imágenes como en el subtexto político e histórico que en ningún momento quiere esconder. Una cuidada puesta en escena y la hermosa fotografía se dan la mano con unos diálogos teatrales en los que los personajes enuncian sus sentimientos e intenciones, creando una curiosa disonancia que da buena cuenta del carácter mutante e irreverente de esta película, muy en la línea del espíritu del propio festival.

Siguiendo con esa línea de cine mutante nos encontramos con La Portuguesa de Rita Azevedo Gomes, a la postre ganadora del Lady Harimaguada de Oro, el mayor reconocimiento del festival. La directora portuguesa adapta el relato de Robert Musil en el que una mujer espera a que su noble marido regrese de las incursiones contra el Obispo de Trento. La Portuguesa es por tanto un relato hecho a base de esperas, de tiempos muertos, de todo aquello que queda fuera en los libros de historia, pero la directora lo afronta con un poderoso apego a la estética de la época que representa, con una hermosa fotografía e iluminación natural, convirtiendo cada escena en una suerte de representación pictórica por la que pasean e interactúan los personajes. Se prescinde por tanto de una herramienta esencial del cine como es el montaje, lo cual no hace sino demostrar la importancia (y el absoluto domino de su directora) de otra herramienta: la puesta en escena. La belleza y fuerza de cada uno de esos cuadros que se componen en pantalla se dan la mano con el silencioso poder de la protagonista, que parece reivindicar a todos esos personajes silenciados por la historia.

La PortuguesaLa Portuguesa (Rita Azevedo Gomes)

Más cerca de la hibridación que de la mutación podríamos ubicar Paul Sanchez est revenu! de Patricia Mazuy, un thriller policíaco en el que ocasionalmente asoma la comedia y que parece el resultado del encuentro entre el Bruno Dumont más reciente con la obra de los hermanos Coen, con unos personajes que rozan la estupidez paródica y una investigación policial que se sumerge en un equívoco que se fragua a fuego lento ante los ojos del espectador, que no puede hacer otra cosa que sonreír con resignación ante las posibles consecuencias letales de esa cadena de errores. Resulta especialmente interesante el uso de la música y la puesta en escena para rescatar ecos del Western, llevando el código de esos personajes revolucionarios, con alma de bandido, hasta nuestros tiempos, donde el enemigo al que enfrentarse es el peso de una vida adocenada.

A un nivel menos interesante nos encontramos con Stitches dirigida por Miroslav Terzic, representante del thriller frío centro europeo, en esta ocasión con la incansable búsqueda de una madre sobre la verdad de su hijo muerto durante el parto 20 años atrás. Quizás el mayor logro de la película sea mantenerse fiel en todo momento al espíritu de su personaje protagonista, silenciosa e introspectiva, para realizar cambios en el punto de vista sólo cuando es necesario. Precisamente lo contrario a lo que sucede con el otro punto bajo de la sección oficial, la argentina Casa Propia de Rosendo Ruiz, que pone en pantalla la dificultad de una generación para salir adelante sin el respaldo familiar, poniéndole innumerables traspiés a un personaje que resulta abiertamente antipático, que parece nunca ser responsable de lo que sucede a su alrededor, pero del que aleja la mirada con cobardía cuando éste realiza un acto reprochable del que no puede echar la culpa a nadie en su entorno.

Stit Stitches (Miroslav Terzic)

A juzgar por su sinopsis podría parecer que el nuevo trabajo de François Ozon, Gracias a Dios, estaría más cerca de estas últimas propuestas que del resto de la sección oficial, pero es precisamente gracias al uso del punto de vista que el director consigue que su película sobre los abusos sexuales en el seno de la iglesia francesa sume varios enteros. El filme encuentra un punto intermedio entre el tono aséptico (que podría recordar a Spotlight de Thomas McCarthy) y el drama gracias a un montaje que va cediendo la perspectiva a distintos protagonistas sin caer en la tentación de regodearse en sus tragedias individuales. Con este recurso se consigue una visión global, acercándose a diferentes motivaciones y alejándose de una simple guerra contra la institución de la iglesia, a la vez que se enfoca la lucha por exponer la verdad como un trabajo colectivo en lugar de una victoria individual, lo que hubiese sido más práctico a la hora de satisfacer al público hambriento de emocionantes historias «basadas en hechos reales» pero sin duda más alejado de la realidad. Resulta especialmente interesante como ese pase del testigo entre los diferentes personajes sirve a su vez para marcar el momento en que cada uno considera haber alcanzado su objetivo, pues aunque se enfrenten a un mismo enemigo, cada uno lucha su propia guerra personal.

PirotecniaPirotecnia (Federico Atehortúa Arteaga)

En último lugar queremos destacar una de las propuestas más interesantes de la selección, Pirotecnia de Federico Atehortúa Arteaga, que rastrea los orígenes del cine en Colombia hasta el intento de asesinato de Rafael Reyes, presidente del país. Con ese punto de partida construye un ensayo fílmico a propósito de la estrecha relación entre el cine y los conflictos armados en su país, destacando el uso que se puede dar a las imágenes como arma para influenciar la opinión del pueblo y construir bandos enfrentados. En esa búsqueda se entrelaza la vida personal del director, que recurre a grabaciones de su infancia para recuperar el recuerdo de su madre. Es en esa búsqueda en la que se pone en cuestión la verdad que se considera inherente a las imágenes, alcanzando un momento especialmente brillante al ilustrarlo con una repetición deportiva. A priori podría resultar contradictorio que una película tan centrada en las imágenes deba recurrir en exceso a la palabra narrada para su desarrollo, pero ¿cómo no hacerlo cuando se está poniendo en evidencia la credibilidad de la imagen? Resulta especialmente estimulante asistir a un cine capaz de ponerse en duda a sí mismo y a todo el medio que lo sostiene, pues solo poniendo en duda los principios esenciales se pueden sacudir los cimientos para construir algo nuevo.

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