Archivos Mensuales: septiembre 2016

64 Festival de San Sebastián: Jornada 7

Llegamos a la séptima jornada del festival con la poderosa sospecha de que la selección oficial de esta edición se ha hecho buscando el diálogo entre las películas proyectadas. Ya hemos nombrado las conexiones que se pueden rastrear entre Nocturama y Playground, Colossal y Un monstruo viene a verme o los últimos trabajos de Sorogoyen y Alberto Rodríguez. En esta ocasión les ha tocado coincidir en la misma jornada a los últimos trabajos de Jonás Trueba y Hong Sang-Soo. La obra del director coreano es uno de los no pocos ecos que resuenan en La Reconquista de Trueba (botella de Soju incluida), donde la habitual inquietud y jugueteo con las formas del director madrileño se cristalizan en una obra ensimismada. El trabajo de Trueba acostumbra a usar referentes fruto de la cinefilia, pero siempre había conseguido alzar una voz propia o al menos la búsqueda de ella. En esta ocasión parece hacer propio el discurso de su protagonista al esconderse en las voces de otro, ya sea a través de las formas o del uso de canciones o extractos literarios con los que expresar la tesis del film. El resultado confunde sensibilidad con sensiblería, fruto de unos diálogos en absoluto naturales, menos aún puestos en boca de unos adolescentes. Queda la sensación de que cierta frescura propia de ese cine «hecho sobre la marcha» se ha perdido en el camino, un camino del que probablemente esta película sea un paso intermedio y que por tanto esperamos conocer su destino.

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Un caso prácticamente opuesto es el de Yourself and yours de Hong Sang-Soo, al menos en lo formal. El director coreano sigue haciendo uso de su habitual arsenal de recursos formales y constantes temáticas, pero siempre añadiendo alguna variante, para construir un cine de apariencia sencilla, siempre natural, con el que plantear cuestiones más profundas. En esta ocasión al alcohol, el amor, las repeticiones y segundas oportunidades se añade la cuestión de la identidad. Hong Sang-Soo mantiene con pulso un film de apariencia trivial, cercano al de una comedia de enredos, que se revela como algo más complejo y a la vez delicado en su secuencia final, lanzando un discurso no muy diferente al de Trueba sobre el camino para conocerse a uno mismo y a aquellos que nos acompañan.

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También dentro de la sección oficial se presentó El Invierno de Emiliano Torres, un seco drama sobre el capataz de una finca en la desértica Patagonia argentina. La película se muestra decidida a mimetizarse con el entorno, utilizando la cantidad mínima de recursos estilísticos así como muy pocos diálogos. Quizás el aporte más interesante sea su lectura sobre la gélida situación laboral de muchas regiones, en las que conseguir un trabajo es cuestión de vida o muerte y que justifica renunciar a prácticamente todo.

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64 Festival de San Sebastián: Jornada 6

Llegamos en este sexto día de festival a una jornada un tanto atípica, en la que nos alejamos de la sección oficial para sumergirnos en dos películas de secciones paralelas, ambas de extensa duración que no dejaron espacio a nada más en nuestro menú diario. Dos películas que demuestran que en ocasiones se debe plantar cara a la tiranía del circuito comercial y cuestionar ciertas costumbres del público para plantear propuestas novedosas y estimulantes.

La primera de estas películas llegó desde Rumania tras haber pasado por Cannes cosechando muy buenos comentarios. Sieranevada (Cristi Puiu) utiliza un encuentro familiar como lienzo para retratar las múltiples caras de un país que quiere abrirse al resto del mundo sin perder de vista sus tradiciones, pero a la vez se muestra algo avergonzado de su identidad. Puiu domina la puesta en escena en un espacio reducido abarrotado de personajes con relaciones muy diferentes que se van desplegando progresivamente. Los recursos formales utilizados varían desde el plano secuencia a los largos planos estáticos con barridos, adaptándose a la necesidad de cada escena y consiguiendo así una admirable sensación de dinamismo. Decir que se trata de una comedia familiar sería en extremo simplista, pues a pesar de las risas que llenaron la sala, la mirada política y social, así como el tono ácido con el que se presenta, dotan a Sieranevada de una entidad mucho más compleja.

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A continuación fue el turno de Lav Diaz, que tras ganar en Venecia con The Woman Who Left llegó a San Sebastián con su trabajo anterior, A Lullaby to the Sorrowful Mystery, película que funciona a modo de exorcismo a propósito de la convulsa historia de filipinas, un país construido sobre traiciones, cuentos y leyendas. Diaz entremezcla figuras históricas de la revolución filipina con otros extraídos de la obra de José Rizal para dar forma a unos personajes que parecen ser conscientes del papel que juegan en la historia. Con una fotografía en blanco y negro muy contrastada que potencia el lirismo de sus imágenes y una composición de plano casi pictórica se compone esta canción llena de dolor, que es a la vez búsqueda del pasado y advertencia de cara a no repetir errores en el futuro. A veces reabrir viejas heridas es la única manera de darlas por cicatrizadas.

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64 Festival de San Sebastián: Jornada 5

Quinto día en el festival, un día en que los monstruos tomaron el control de la sección oficial desde ángulos muy diferentes y con resultados igualmente dispares. El primero de ellos es el que propone Nacho Vigalondo en Colossal, en un nuevo acercamiento del director cántabro al género fantástico hibridado con dramas cotidianos, y quizás sea el caso en el que mejor le ha salido la jugada. Vigalondo juega en esta ocasión con el género Kaiju para insertarlo en una historia en la que el enemigo a destruir son los propios miedos. Más allá de los numerosos gags visuales, resulta muy interesante ver como la figura del monstruo se recicla para adecuarse a diferentes lecturas, como el alcoholismo o las relaciones tóxicas. El desarrollo aparentemente brusco de cierto personaje obedece precisamente a ese perfil de maltratador que no se es capaz reconocer a pesar de tenerlo delante durante mucho tiempo, lo que a su vez ilustra aquello que lastra la película, esa manía tan propia de la figura del guionista-director de tener que cerrar el círculo de todo lo expuesto, desembocando en una escena de flashback absolutamente prescindible.

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El otro monstruo del día fue el propuesto por Juan Antonio Bayona en su nuevo producto llamado a romper taquillas Un monstruo viene a verme, que se basa en la novela de Patrick Ness. Precisamente con la figura del manipulador emocional de  Colossal podríamos relacionar a Bayona, que continua en su cruzada personal de arrancar lágrimas al público a cualquier precio, con un uso de la trama y la banda sonora que rozan el chantaje emocional, al ser incapaz de conseguir su objetivo a través de sus imágenes inertes. La puesta en escena está al servicio del monstruo, que parece estuvieran exhibiendo para asegurarse algún galardón en efectos especiales, hasta el punto de arruinar las preciosistas secuencias de animación. La tiranía de someter todo a la lógica y exponer verbalmente lo que pertenece al subtexto, por aquello de hacer sentir al espectador algo más inteligente, acaban de echar por tierra la película con una escena final especialmente ridícula.

Ya sin monstruo literal pero con una inmensa ingenuidad se presentó As you Are (Miles Joris-Peyrafitte) con el premio especial del jurado de Sundance bajo el brazo. El joven director americano plasma la torturadísima  adolescencia de su protagonista a mediados de los años 90 a base de tomar todas las decisiones estéticas y narrativas erróneas. Lo que al comienzo parecen detalles de personalidad pronto se torna en exceso y grandilocuencia por la vía del ego, hasta el punto de acabar entorpeciendo la narración con innecesarias secuencias a cámara lenta, exceso de ruido y una estructura que se descubre más interesada en la trampa que en apoyar a la historia. Por su contenido bien podría recordar a algunas de las películas de Gus Van Sant, pero en las formas no hace más que ir en contra del espíritu de la obra del autor de Elephant.

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64 Festival de San Sebastián: Jornada 4

Llegamos al cuarto día de festival y con ello casi a su ecuador, momento en que el ritmo empieza a hacer mella y las fuerzas flaquean, pero sólo queda reponerse ante la esperanza de nuevos destellos de genialidad entre la programación. Lamentablemente ese no fue el caso de la primera propuesta del día en la sección oficial, Lady Macbeth (William Oldroyd), que se basa en el relato de Nikolái Leskov para construir una película de época en la que la fastuosidad deja paso a un ambiente tenebroso y las habituales formas recatadas desaparecen en pos de las pasiones desatadas. Tras esos aires de cuento gótico y una factura visual impecable encontramos en cambio pocos alicientes para reivindicar el trabajo del director inglés.

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El debate en torno a la moral volvió al festival de la mano de Playground (Bartosz M. Kowalski) aunque esta vez la cuestión gira en torno a las implicaciones morales de la forma de representación. La película polaca sigue el último día de colegio de tres niños, acercándose a su vida diaria y sus dudosas maneras de entretenerse, intentando atisbar alguna motivación para un desenlace final totalmente abyecto en el que el director decide alejarse de la acción en una decisión cobarde que revela un interés por disgustar al espectador sin proponer ningún discurso. El continuo juego al despiste y la decisión de espectacularizar ciertas situaciones revelan una postura más cercana al desprecio que al respeto hacia el espectador. El trabajo de un cineasta que parece no haber digerido la obra de Michael Haneke.

Nos trasladamos a la sección Perlas para sumergirnos en el nuevo trabajo del chileno Pablo Larraín, Neruda, un atípico biopic del poeta en el que la película parece empaparse del espíritu del personaje en lugar de limitarse a recrear un fragmento de su vida. El legado creativo de Neruda dirige un film con un interesante juego metacinematográfico en el que el relato persigue al propio narrador y cuenta con interesantes hallazgos en el terreno de la gramática visual, como las secuencias en las que una misma conversación se fragmenta en múltiples espacios. Quizás haya más poesía en esas secuencias que en la incesante voz en off de Gael García Bernal, cuya grandilocuencia unida a los excesos musicales que buscan crear la falsa idea de estar continuamente ante un momento sublime acaba haciendo que la película se derrumbe ante su pretendida grandeza.

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La nota romántica de la jornada corrió a cargo de Porto (Gabe Klinger) presentada en la sección Nuevos Directores. Lo dulce y lo amargo se dan la mano en una película que recrea el encuentro de una pareja en la noche de la ciudad portuguesa, con un interesante juego de formatos para hablar sobre la puesta en escena de los recuerdos y la forma en que los revisitamos. Una acertada estructura y la ternura de sus imágenes transmiten el amor que se ha puesto en su elaboración y numerosas influencias cinematográficas proyectadas con voz propia.

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64 Festival de San Sebastián: Jornada 3

Alcanzamos el tercer día del festival en una jornada con tres propuestas muy diferentes dentro la sección oficial, y un destello de genialidad gracias a la siempre agradecida mirada subversiva de Paul Verhoeven.

El cine español regresó a Donostia de la mano de Rodrigo Sorogoyen y su nuevo trabajo Que Dios nos perdone, enésimo thriller policíaco llamado a salvar el cine español, o al menos los números de la taquilla. Poco sentido tiene presentar en un festival de estas características un film que viene avalado por una major como Warner y el enorme mecanismo de Atresmedia, lo cual asegura un enorme impacto comercial. Menos sentido aún tiene cuando se trata de una obra tremendamente impersonal, que se limita a abrazar los clichés del género para recorrerlos uno a uno sin aportar nada nuevo, bajo un marco temporal que en nada afecta a la trama ni el subtexto. Todo en la película es tosco y soez, como si con eso se quisiera abrazar el arquetipo de ‘lo español’, decisión del todo incoherente al enmarcarse dentro de la nueva ola de cine nacional que entiende como éxito la imitación de lo foráneo. Volviendo al símil utilizado durante la primera jornada: 20 años han pasado desde el estreno de Seven (David Fincher) y aún parece que no hayamos aprendido nada.

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La más modesta de las ofertas de la sección oficial llega desde Suecia con Jätten (Johannes Nyholm) que realiza una celebración de lo diferente sin caer en excesos condescendientes. La historia de un chico con graves deformidades que sueña con jugar el campeonato internacional de petanca se sustenta sobre un guión esquemático, cuenta a su favor con un clímax que mezcla el humor costumbrista con destellos de absurdo que suben el nivel final de la propuesta sin llegar a hacerla especialmente memorable.

La sorpresa del día, y de la sección oficial hasta ahora, llegó con Bertrand Bonello y su Nocturama que dicen las malas lenguas no estuvo en la selección de Cannes por la previsible polémica que despertaría, al narrar un ataque terrorista en el corazón de París perpetrado por unos adolescentes. En San Sebastián tuvo lugar esa polémica, al cuestionar algunos la moralidad de la propuesta de Bonello. Pero poco sentido tiene hablar de moral en una película que se sustenta sobre la idea de dinamitar el sistema desde dentro, con la motivación de crear así algo nuevo. Algo similar hace la película al plantear una deconstrucción del género usando sus elementos característicos (hay explosiones en ralentí y que se repiten, pero sin rastro de espectacularidad). La película encierra numerosas ideas que invitan a la reflexión y en absoluto arbitrarias, como la maravillosa contradicción de querer destruir el sistema capitalista para posteriormente refugiarse en un centro comercial. Una película sobre la que seguro volveremos una y otra vez los próximos días, que es lo que esperamos de la sección oficial.

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El cierre lo puso Paul Verhoeven con Elle que llega tras cosechar no pocas alabanzas en Cannes. El director holandés vuelve a hacer gala de su manejo de las claves del thriller y su incansable actitud provocadora al plantear la delirante venganza de una mujer de clase alta tras ser violada en su propio hogar. Verhoeven despliega su habitual universo de mujeres maquiavélicas y hombres manejables a los que sólo les mueve el deseo sexual. Tras la apariencia de un thriller impecable se esconde un film que trabaja a muchos niveles y confirma que la única manera vigente de hablar de las trivialidades de las clases altas es desde cierto concepto del ridículo.

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64 Festival de San Sebastián: jornada 2

Si hubiese que ponerle un título a la segunda jornada de este festival de San Sebastián a juzgar por lo que nos ha ofrecido su sección oficial, lo más adecuado sería parafrasear el ‘No fun’ de Iggy Pop. Afortunadamente aún podemos confiar en las secciones paralelas como salvavidas a nuestro interés.

La jornada comenzó con El hombre de las mil caras, el nuevo trabajo de Alberto Rodríguez tras la exitosa La isla mínima, en la que vuelve a dirigir la mirada hacia el pasado de nuestro país como ejercicio para esclarecer el presente. Rodríguez plantea de nuevo un ejercicio de género negro en el que evidencia beber de multitud de fuentes ajenas para no ofrecer nada propio, perpetuando el erróneo concepto de que el camino para dotar de entidad al cine español hay que imitar a cinematografías externas. Casi todas las fuerzas del film se depositan en el terreno estético, lo cuál iría en la línea del mundo de estafadores en el que se ambienta, de no ser por el miedo atroz que le tiene al engaño, poniendo todas las cartas sobre la mesa a través de en un exceso de exposición tanto verbal como visual. La película comienza prácticamente pidiendo perdón por ser una obra de ficción y en cuanto puede se refugia en las imágenes de archivo como si en la veracidad de estas se encontrara su fuerza, lo que revela un mayor interés en exponer una parte de la historia que en construir una obra con entidad propia.

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Las otras dos ofertas de la sección oficial comparten un discurso en torno a las relaciones paterno filiales, con formas muy diferentes aunque resultados igualmente fallidos. La francesa Orpheline (Arnaud des Pallières) despliega una serie de retratos femeninos (que no feministas) en torno a la figura de una huérfana, mediante un planísimo planteamiento visual a base de primeros planos que lejos de tener alguna función narrativa obedecen al erróneo concepto de que la cercanía a sus protagonistas puede ofrecer la intensidad que la película no puede alcanzar por otros medios. La pirueta que el director realiza con la cronología y el casting no da empaque al resultado final, rematado por el cobarde mensaje final de que no somos culpables de nuestros pecados sino herederos de los de nuestros padres. Con esa idea juguetea también la finesa The Oath (Baltasar Kormákur) que con las hechuras del thriller con ansias de dilema moral, por donde ya transitara con mayor éxito Prisoners de Dennis Villeneuve, resulta en una obra en absoluto novedosa, y que de no ser por la factura visual bien podría acabar en el cajón de los telefilmes.

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La primera incursión en el género documental de esta edición ha sido la de Jim Jarmusch con Gimme Danger, que recapitula la carrera de The Stooges sin esconder los momentos más turbios. La magnética figura de Iggy Pop (que aparece acreditado como un personaje interpretado por Jim Osterberg) transmite su energía al film que por suerte va más allá de su figura para hacer honor a todos los miembros de la banda. Jarmusch aporta su cinefilia en la selección de fragmentos de películas que ilustran alegoricamente los pasajes que cuentan los entrevistados, que añaden un humor negro en sintonía con la imagen de la banda. Por suerte el film no se limita a entonar la ya manida afirmación de que The Stooges inventaron el punk, sino que lo pone en imágenes a través de unos ejemplos incontestables.

La sorpresa de la jornada llegó en la sección Nuevos Directores con la griega Park (Sofia Exarchou) en la que un grupo de chicos pasan el tiempo en una villa olímpica en ruinas, símbolo de un país en descomposición. La piel y los cuerpos de los personajes funcionan como la más poderosa de las metáforas. El de unos habla de un pasado glorioso que ha dejado numerosas marcas para recordarlo, y donde antes conseguían hazañas deportivas, ahora esos cuerpos sólo consiguen arrancar aplausos mediante la exhibición con tintes sexuales. La redondez de los cuerpos de los turistas en cambio hablan de un estatus muy diferente, donde todo es opulencia y comodidad. Finalmente tras las apariencias tan diferentes se descubren unas actitudes primitivas y casi animales muy similares, con lo que se plantea la pregunta de si estamos ante la caída de un solo país, o se trata del preludio de algo mayor.

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64 Festival de San Sebastián: Jornada 1

La sección oficial del festival arrancaba con La fille de Brest, dirigida por la francesa Emmanuelle Bercot, que narra con tintes de thriller la lucha de una abnegada doctora contra la industria farmacéutica. Se trata de una propuesta hecha a la medida de las sesiones inaugurales: sin tomar riesgos y con la intención de agradar al público general. El problema es que se trata de una película completamente esquemática, casi a la manera de un prospecto médico sigue el patrón marcado sin ofrecer ninguna alternativa al espectador más que aceptar la tesis que expone. Podríamos buscar referentes en películas como Erin Brokovich o Spotlight, pero todo en La fille de Brest parece un camino ya andado en multitud de ocasiones. La lucha de la doctora interpretada por Sidse Babett Knudsen se presenta como una tarea titánica, y sin embargo a cada revés planteado durante la investigación le sucede un pequeño triunfo, de la misma manera que a cada secuencia sin diálogo le acompaña un montaje musical, desdibujando así la pretendida sensación de dificultad. Cuestiones como la desconexión con la vida familiar de la protagonista, que bien podría dar lugar a otro relato, se trata como si de un divertido daño colateral se tratara. Estos elementos diagnostican la nula confianza de la directora en la capacidad de atención del público y su miedo a incomodarlo, entregando en última instancia un trabajo complaciente. Lo más entristecedor de todo es comprobar que habiendo pasado casi 10 años del estreno de Zodiac (David Fincher), sus hallazgos aún no se han incorporado al cine comercial.

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Un caso muy diferente es el de la ganadora del premio Fipresci 2016, Toni Erdmann (Maren Ade), que hace de la incomodidad su bandera. Su punto de partida en otras manos bien podría acabar convertida en una ‘feel good movie’ al uso, pero la directora alemana blande un humor muy particular para darle una forma única. Un padre y su hija se acercan progresivamente a través de una serie de encuentros con el ridículo como hilo conductor, poniéndose a prueba mutuamente así como a la capacidad de sorpresa del espectador. Por el camino se atacan temas latentes como el machismo en el seno empresarial, la desigualdad entre clases en europa o las falsas apariencias de las altas esferas. Mientras más se disfraza Toni Erdmann más desnudo se encuentra el espectador ante sus encantos, llegando a un clímax atípicamente emotivo, no sin antes entregar una de las mejores secuencias musicales del año.

También dentro de la sección Perlas se ha visto el primer largometraje de Michael Dudok de Wit, apadrinado por el estudio Ghibli. La tortuga roja es una fábula sobre un náufrago en una isla desierta, y su lucha contra una naturaleza tan bella como implacable. Con una estética cercana al cómic europeo, de trazos limpios y sin grandes despliegues, consigue dotar a este relato de una sencillez idónea para la sensibilidad que evoca. Su delicada belleza se ve un tanto empañada por la autoconsciencia que parece dirigir el film en su tramo final.

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En la sección Horizontes Latinos encontramos la que probablemente sea la película más interesante de las proyectadas en la primera jornada, La idea de un lago. Cuenta su directora, Milagros Mumenthaler, que el germen de la película fue el poemario «Pozo de aire», por lo que no sorprende que el resultado final sea el equivalente audiovisual de un poema. La cámara de la directora chilena captura los espacios vacíos y las ausencias dotándolas de entidad propia. Cuestiones como la memoria y la búsqueda del regreso a ese momento idílico del pasado se recogen a través del juego con los soportes de imagen y su poder evocador. El relato se despliega poco a poco, sin miedo a dosificar la información durante el metraje, como ya hiciera en su anterior trabajo Abrir puertas y ventanasSe construye así una película que se entrega al público con total complicidad, y cuando esta es correspondida, sus hallazgos visuales resuenan en nuestra cabeza como rimas.

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El espectador estático

Hace unos días acudí a una proyección de El hijo de Saúl. Al terminar se pone en escena la representación habitual: silencio en la sala, pocos se mueven de su butaca hasta que se encienden las luces, momento en el que empiezan a abandonarlas en orden y silencio, aún digiriendo las imágenes. Una vez fuera de la sala empiezan las conversaciones y el intercambio de opiniones. Una voz se alza envalentonada por encima del resto, haciendo difícil poder ignorarla. Esa voz reclamaba que la forma en la que está rodada la película le cansaba y resultaba aburrida. Una afirmación que resulta llamativa por las implicaciones que conlleva.

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La película de László Nemes cuenta con una puesta en escena muy personal, apoyada sobre dos pilares: la cámara al hombro y la escasa profundidad de campo. La propuesta visual se pone sobre la mesa desde el comienzo, quedando claro que el planteamiento pasa por mostrar el punto de vista del protagonista y, al igual que hace él, intentar ignorar su entorno, por difícil que resulte. Estas reglas auto impuestas por el director tienen por tanto una función narrativa y la clara intención de trasladarnos el estado mental de su protagonista. Si bien pueden derivar en cierta monotonía visual, resulta poco coherente pedir diversión a una película ambientada en un entorno tan miserable como es un campo de concentración durante la Segunda Guerra Mundial (salvo que se quiera ver La vida es bella).

El problema de fondo es la falta de reflexión sobre las imágenes. En este caso, ese espectador no pareció interesarse en pensar el por qué de esa puesta en escena y simplemente la despreció por no adaptarse a cierto canon académico. Gran parte del público se mantienen enrocado en una posición en la cuál consideran que son las películas las que deben esforzarse para llegar a ellos, en lugar de plantear una mucho más constructiva relación bilateral con las imágenes. Pocas cosas resultan más estimulantes que una película capaz de sacarte de tu zona de confort, que te empuje a replantearte las reglas del juego. Mientras no nos dejemos sorprender, nos limitaremos a ver las mismas películas una y otra vez. Y eso lo saben muy bien los grandes estudios, que han convertido a la nostalgia en el principal motor de la industria cinematográfica y televisiva actual.

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