Archivos Mensuales: enero 2014

El desierto rojo

¿Qué debería hacer con mis ojos?

¿Qué debo mirar?

El desierto rojo

El desierto rojo (1964) es la primera película que Michelangelo Antonioni rodó en color, y quiso hacer de éste elemento un protagonista más de la historia, intentando abarcar toda su capacidad expresiva, como si de otra dimensión nueva se tratara. En palabras del propio director «Mi intención es pintar la película como quien pinta un lienzo; quiero inventar las relaciones entre colores y no limitarme a fotografiar los colores de la naturaleza». De esta manera Antonioni juega a sugerir el estado anímico de los personajes mediante los colores que los rodean en combinación con las estructuras que ocupan el plano, e incluso es capaz de cambiar el color de una habitación de una escena a otra para éste propósito.

La película narra la historia de Giuliana, interpretada por la imprescindible Monica Vitti, una mujer que no está satisfecha con su vida y vive en un continuo estado de terror ante todo lo que le rodea, después de haber sido internada en un centro psiquiátrico tras haber sufrido un accidente. Giuliana intenta recuperar la ilusión sacando adelante un negocio, para lo que contará con la ayuda de un compañero de su marido. Antonioni por supuesto no olvida su personal estilo, ese que perfeccionó en sus tres anteriores filmes, utilizando una narración parca en palabras, dónde todo sucede en el interior de los personajes y se revela mediante pequeños gestos, a través del montaje o incluso mediante la relación con el espacio arquitectónico, añadiendo en esta ocasión una nueva capa gracias al color.

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Durante el paseo Giuliana y Corrado acaban llegando a un bloque de edificios con un pequeño jardín en el interior. Los colores pálidos contrastan con el verde de la hierba, que parece estar arrinconada por los edificios. Un último reducto de naturaleza en el centro del imparable desarrollo industrial. Cuando ambos entran en el parque, rápidamente una presencia se hace especialmente patente: una flor de color rosa en mitad del césped.

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El llamativo color rosa, prácticamente ausente en el resto del metraje, así como la composición de los planos hacen prácticamente imposible ignorar su presencia. La flor que reclama de manera silente la atención del espectador aún cuando queda fuera del enfoque parece representar esa naturaleza ausente en la filmografía de Antonioni, la belleza que Giuliana es incapaz de ver en la vida, y a la vez sirve como símbolo de la pasión que empieza a surgir tímidamente entre ambos personajes. Un sencillo ejemplo de la maestría del director italiano en el manejo del lenguaje cinematográfico.

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Apartar la mirada

Hace unas semanas acudí a una sala de cine a ver 12 años de esclavitud, la última película de Steve McQueen, señalada como el «must see» de la temporada de premios debido al aluvión de elogios que ha generado en buena parte de la crítica. Sin embargo yo no voy a aportar nada a ese debate crítico, sino que voy a hablar de algo que sucedió durante la proyección y que me ha dado pie a algunas reflexiones, para lo que comentaré algunos momentos concretos del film. Pasado el segundo tercio de la película tiene lugar una escena especialmente cruda, en la que el protagonista debe asestar una serie de latigazos a otra esclava, y durante la cual el director no concede ningún tipo de concesiones al espectador, rodándola en un plano fijo de varios minutos de duración. En el siguiente plano, cuando se muestran las heridas dejadas en la espalda por los latigazos, una espectadora se levantó de su butaca para nunca volver a la sala. Sirva de precedente que soy perfectamente consciente de que cada espectador tiene distintas sensibilidades, pero las circunstancias de esta película hacen que este acto se preste a reflexión.

Nunca he comprendido eso de salirse de la sala de cine en mitad de una película, por un lado porque ya que he pagado la entrada considero una especie de obligación hacer uso de ella al completo. Por otro lado, por muy mala que sea la película en cuestión, si abandono la sala antes del final no la habré visto al completo y por lo tanto me será imposible valorarla, pues una obra no adquiere sentido sino en su plenitud. En este caso deduzco que la espectadora que desertó lo hizo porque la crudeza de las imágenes le resultó excesiva y se sintió ofendida o atacada de alguna manera. Sin embargo esto resulta paradójico, pues durante el resto de la película ya habían tenido lugar momentos de crudeza similar, con latigazos y humillaciones varias, especialmente un momento en que el protagonista pasa varias horas colgado del cuello, apenas tocando el suelo con la punta de los pies, mientras el resto de esclavos lo ignora por miedo a las represalias.

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Sin embargo la reacción resulta aún más discutible al pensar en el tema que trata la película y las ambiciones del director al abordar ésta historia. Gran parte del valor de la película está en abordar la esclavitud de manera tan directa y sin concesiones, en contraste con el silencio que ha rodeado a éste periodo histórico durante mucho tiempo. El cine nos permite enfrentarnos a situaciones peligrosas, o que nunca hemos podido presenciar y aprender de ella sin exponernos al peligro real. En cierto modo el cine tiene la capacidad de prestarnos una experiencia que nos resultaría ajena de cualquier otra manera, pero esto requiere cierta implicación por parte del público. En palabras de  Steve McQueen en una entrevista para la revista Filmcomment «Cuando la gente habla de esclavitud, no cambian nada. Cuando visualizas algo, sucede algo más. Ese era mi único propósito […] Cuando hablamos de la flagelación de los esclavos, hay que mostrarlo. ¿Qué supone ser amarrado a un poste y ser azotado? No es el momento de girarse o cerrar los ojos. Si lo hace, acepta ciertos aspectos de ello.» Si apartamos la mirada, si nos marchamos de la sala abandonando ese ambiente de seguridad peligrosa, no estamos despreciando el trabajo del director sino confirmando su buen hacer al transmitirnos ciertas sensaciones, pero en el fondo no somos tan diferentes de esos esclavos que ignoraban el sufrimiento de otros o de todos aquellos que callaron las injusticias durante tanto tiempo.

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